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Carta a benefactores (4)

Abril, Mayo y Junio - 2008

Queridos amigos:

Muy cordialmente les saludamos una vez más agradeciendo su fiel apoyo para con nuestra obra misionera.

En esta oportunidad nos trasladaremos a uno de nuestros centros misionales de Argentina, para desde allí hacerles llegar una nueva experiencia en el trabajo de la viña del Señor.

Antofagasta de la Sierra está ubicada el norte de Argentina en la Provincia de Catamarca. Esta Comunidad se fundó en marzo del 2007.

Hacia las misiones
Madre Gloria y Madre Engracia realizaron sus primeras misiones en "La Redonda". Este lugar se encuentra a 120 Km. del centro de Misión, al otro lado del río de los Patos, con sus parajes a unos 4.000 msnm, es habitada por unas 10 familias, quienes habitan en viviendas precarias. Hasta la misma naturaleza muestra la dureza de la vida en este desierto, donde no se ve ni un árbol y ni crece el grass o la paja. En invierno, durante todo el día, corre un viento huracanado cuyo frío traspasa los huesos. Dejemos pues a nuestras misioneras narrar sus experiencias:

"Era un día espléndido de sol, cuando partimos de Antofagasta a las misiones, en una camioneta conducida por un chofer de experiencia. La meta era la Redonda, en las alturas. A medida que nos alejábamos del centro de misión, la naturaleza iba cambiando, e incluso el clima, luego de un buen rato de viaje el día se nubló y empezó a bajar la temperatura, poco a poco iba desapareciendo el valle hasta que nos encontramos en un desierto. Sólo veíamos cerros cubiertos de nieve y algunos riachuelos congelados. Finalmente nos detuvimos delante de un río grande, el que debíamos atravesar para llegar a nuestro destino. Y he aquí, que encontramos el primer obstáculo en nuestra misión, pues el agua del río se había congelado, todo era una capa gruesa de hielo de más o menos un metro de espesor. El conductor preocupado bajó para examinar el terreno por donde cruzar este río congelado, felizmente él conocía la zona, así podría esquivar el peligro! Empezamos a cruzar invocando a todos los santos. La camioneta parecía un bote en medio del río, pues las llantas estaban enterradas en la nieve formada por la nevada. Conteníamos el aliento, como si con solo respirar iríamos a hacer volcar la camioneta.

Después de 30 minutos de suspense, que nos pareció un tiempo interminable, logramos alcanzar la otra orilla.

Llegada a la Redonda
Hacia las 13:00 h. llegamos a "La Redonda" y nos llevaron a la escuela donde nos invitaron el almuerzo. Mientras almorzábamos llegó la ambulancia del hospital con un personal para controlar la salud de los moradores del lugar. El médico se acercó a saludarnos, luego nos preguntó cuando sería el regreso a la Villa. Le respondimos que nos quedaríamos una semana. Admirado exclamó: "yo ni loco lo haría!”. Es muy arriesgado quedarse en este lugar con todas las incomodidades. Hermanas, ¡no van a soportarlo! ¡El frío es intenso por esta zona ya quiero verlas cuando estén de regreso, a ver si tienen la misma sonrisa de ahora". El doctor se despidió compadeciéndose de Madre Engracia, pues era la más joven. Le prometimos ir a saludarle al regreso.

Después de almuerzo fuimos a buscar un alojamiento. Qué difícil era encontrarlo, allí la gente es pobrísima, a penas tienen lo necesario para vivir, carecen hasta de lo más elemental que es el agua. Esta es transportada en camiones-cisternas desde la mina al pueblo, y lo depositan en cilindros para abastecerse de agua.

Un depósito, como hospedaje!
Finalmente conseguimos que una familia nos prestara su almacén. Este era una pieza de adobe, rústicamente construida, cubiertas de innumerables agujeros especialmente en el marco de la puerta, por la que se colaba el frío como si fuera un ventilador. El techo era de pedazos de calamina, cuyas uniones eran incompatibles, por ellas entraban en el día la luz y por la noche el viento helado. La acondicionamos para hacer de ella nuestra habitación, procurando cubrir algo de los agujeros con papel, plástico o parte de nuestra ropa. Una vez instaladas comenzamos a visitar las familias de casa en casa. Al principio nos miraban con cierta desconfianza, pues nunca habían visto religiosas en aquella zona, poco apoco el recibimiento se hizo acogedor. Los niños comentaban en sus casas: "Mamá la ambulancia se ha ido con el personal médico y las 'Monjitas' se han quedado con nosotros".

Después de avisar a las familias, el horario de la celebración del acto litúrgico, nos dirigimos a la Iglesia para preparar la liturgia. Carecen de campanas para llamar a los fieles a los actos religiosos. Cuando vieron que nosotras nos dirigíamos a la iglesia, se empezaron a reunir, tal vez ¿por la novedad? Prestaban mucha atención a lo que decíamos. Su participación en el Rosario y la Celebración de la Palabra era activa, entusiasta, pues les gusta cantar.

Todos fueron a la Iglesia, incluso dos interesantes adversarios, que se quedaban en la puerta y a la salida atacaban a la gente. Eran dos animales salvajes: una vicuña - macho y una llama - macho. Estos juntos atacaban a la gente y eran el terror del pueblo. Como la gente les temía, para defenderse al salir a la calle llevaban palos y piedras. Un día como teníamos que dar catequesis, tardamos un poco en la Iglesia. Estábamos preparadas para defendernos de los auquénidos. Felizmente, al salir, no encontramos a estos adversarios, parece que se habían cansado y se fueron. Nosotras más tranquilas fuimos a descansar.

A medida que pasaban los días nos dábamos cuenta que cada vez la temperatura bajaba más y más, el viento era helado y el frío intenso. Era pleno invierno. ¡Estábamos en pleno invierno! Aquí la temperatura llegaba hasta 30º bajo cero. En este intenso frío las noches se nos hacía largas pues no podíamos conciliar el sueño, por el viento helado que pasaba a través de las puertas y de cualquier rendija, que hasta congelaba las prendas.

Al levantarnos por las mañanas, todo estaba heladísimo. Después de lavarnos las manos y la cara, éstas se ponían duras. Teníamos que hacer ejercicios para entrar en calor. Luego rezábamos juntas nuestras oraciones, tomábamos el desayuno y nos dirigíamos a la escuela, un día a medio camino de ésta, de pronto nos salieron al encuentro los animales salvajes. Furiosos venían a atacarnos. Madre Engracia tomó una piedra del suelo y la arrojó a la vicuña, ésta se alejó, pero entró en acción la llama. Ya se disponía a atacar a la Madre, cuando se oyó un griterío de niños que al vernos en peligro acudieron a defendernos juntamente con algunas personas mayores. Después de una ardua lucha lograron vencer a estos animales. Así pudimos llegar a la escuela, sanas y salvas, en compañía de los niños. San Francisco hubiera sufrido mucho al ver cómo se le golpeaba a los animales para que no nos ataquen. Claro, a nosotras nos daba pena, pero no podíamos hacer otra cosa.

Al tercer día de la misión, después de la catequesis despedimos a la gente y empezamos a arreglar la Iglesia, cuando de pronto sentimos unos ruidos estrepitosos. ¿Qué pasaba? Habían vuelto a atacar nuestros adversarios y un maestro les propinó una paliza. Este castigo sirvió para que durante el resto de la misión no nos molestasen más. A partir de ese día tanto la gente como nosotras pudimos gozar de más paz.

Vencidos ya estos enemigos, continuamos la evangelización aprovechando la disponibilidad de la gente y la apertura a la palabra de Dios. Esto nos causó gran sorpresa, ya que en la Villa Antofagasta nos habían alarmado diciéndonos que eran muy cerrados, duros y nada hospitalarios. En cambio a nosotras nos recibieron bien y nos ofrecieron de buena voluntad su pobreza.

Tal vez, ante los demás, reaccionan de modo negativo porque se sienten marginados y despreciados por ser pobres. Porque no encuentran un apoyo en las autoridades para salir de su miseria, ni siquiera hay fuentes de trabajo para salir de su postración. Se dedican a hilar la lana de la Llama y la venden en lugares turísticos, en otros casos tejen chalinas, etc. recibiendo como pago dinero o mercadería.

Cada día después de la celebración les hemos catequizado enseñándoles las verdades de nuestra fe. Y ellos atentos se esforzaban por captar la doctrina cristiana a la luz de la vela. Esta actitud nos causaba una inmensa alegría, cómo ellos eran capaces de abrir sus puertas a Dios que los visitaba, trayendo una nueva esperanza a sus hogares.

A los jóvenes logramos darles un curso de repostería. El profesor ponía los ingredientes. Ellos muy inteligentes y diligentes observaban la preparación del postre o dulce programado para el día.

El día 25 era la fiesta en honor de la Virgen de Luján. Aquel día por recordar a la patria, hicimos la Consagración a la Virgen. Realizamos un bautismo. Llegó el día de la despedida, la tristeza invadía el corazón de los fieles, para quienes una luz grande había brillado durante estos días de misión. Partimos con un frío intenso, con un viento blanco y con el corazón angustiado, la neblina era tal que no dejaba ver el camino. Nuestro plan era visitar otros pueblos pero no pudimos porque los ríos estaban congelados y era un riesgo cruzarlos. Tuvimos que tomar otro camino de regreso para poder llegar a la escuela del Salar donde nos esperaba la camioneta que nos llevaría al Convento. El camino se hizo largo y fatigoso, pues la camioneta era vieja y “se quedaba” cada cierto trecho, además el radiador estaba roto, así que constantemente debíamos llenarlo de agua y luchar con la neblina.

Por fin llegamos a nuestro Convento, que al calor de la familia religiosa, narrábamos las experiencias pasadas en las misiones. En cada una se asentuó el anhelo de querer misionar en aquel lugar más alejado de la sede parroquial, tan inhóspito y frío. Y en común acuerdo decidimos que la Redonda sería el lugar preferido, por su pobreza y el abandono en que vive la gente. Nos dijimos: si los demás les marginan, Dios se hace presente a través de nosotras.

Al día siguiente fuimos a visitar al médico, según lo prometido. Al vernos exclamó: "Ya veo, ya veo... yo no podría... No las entiendo Hermanas. Ustedes pasaron unas misiones difíciles y no perdieron su ánimo, entusiasmo y alegría. “Las felicito y admiro!". Y a nosotras nos queda solo inclinar la cabeza, adorar y agradecer a Dios por todos los beneficios con que nos ha colmado y por nuestra Congregación que con cariño y amor ofrece su vida.

Queridos amigos lectores, esperamos que hayan gozado un poco con nuestras misiones. Como ven, cada centro de misión, tiene una experiencia diversa. Esta vez fue una cosa nueva lo de los auquénidos. No hubiéramos imaginado que dos animales fuesen un obstáculo para la paz en una misión.

Nosotras en nuestro querido Mallares seguimos avanzando, la gente sigue con su atenta y generosa disposición para recepcionar y ayudar a difundir el Evangelio.

En Jesús Verbo y Víctima

Madre Humbelina, MJVV

Donativos: Banco Santander Central Hispano - Congregación Misioneras de Jesús Verbo y Víctima
C/C: 0049. 1892. 62. 2310521119