Tiene en nuestra formación y en toda nuestra vida un sitial céntrico y de preferencia.

Es Ella, fuerza de nuestra vida espiritual. Es un Tabernáculo que, abriéndolo estamos con Dios, con su palabra y doctrina, sus prodigios y maravillas.
Es Ella, el preferido alimento de nuestra vida contemplativa.
Su meditación nos ayuda decisivamente, para que nuestra vida apostólica, sea sólo el desborde de nuestra vida contemplativa.
Los misioneros, como ministros de Cristo, deben estar nutridos "con las palabras de la fe y de la buena doctrina" (1 Tim 4,6) que beberán ante todo en las Sagradas Escrituras.
Es Ella, fuente que nos brinda el material para poder anunciar la verdad salvadora y la sabiduría de Dios, siendo nuestra vida esencialmente apostólica y determinada por las palabras bíblicas: “Id y Enseñad” (Mc 16,17).